lunes, 20 de septiembre de 2010

BICENTENARIO EN CHILE: 200 años a la moda

La moda en el país ha sido un fiel reflejo de los cambios en la sociedad, desde 1810 hasta la actualidad no sólo han pasado 200 años, sino que también muchos estilos e influencias al momento de vestir, provenientes de cambios ocurridos tanto en Chile como en el extranjero. Durante la Colonia, la presencia española marcó la tendencia estética de las mujeres y hombres, imponiéndose el estilo rígido y severo de las telas y modelos que se usaban en la corte de los Habsburgo, cuya riqueza contrastaba con la pobreza existente en Chile.

Durante el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones al trono español, se introdujeron prototipos estéticos que llegaban con desfase. Se conservaron elementos del traje español, pero se reflejaba la influencia francesa en los escotes y las telas más livianas. Durante el siglo XIX, se produjo un afrancesamiento en diversos ámbitos de la vida nacional y la moda femenina adoptó esta estética. A pesar de la incorporación de elementos como los quitasoles para los paseos, en general se mantuvo la costumbre del siglo XVIII de trenzar los cabellos sobre la cabeza y de cubrirse con un velo al salir a la calle, así como el uso del abanico. Los trajes de fiesta, durante este siglo, fueron similares a los de la tarde, pero más escotados y de materiales costosos como la seda y el encaje.

Desde mediados del siglo XIX en adelante, se dieron cambios graduales en la moda. Estos se producían en Europa por razones económicas, sociales e incluso políticas, y a Chile llegaban un poco más tarde, a través de los extranjeros que visitaban las nuevas repúblicas americanas o chilenos que regresaban desde Europa. Se introdujeron así las amplias faldas. Para cada momento y actividad del día correspondía un traje distinto: para la mañana y la tarde, para el juego de cartas, el paseo al aire libre y la noche. También las estaciones del año determinaban las modas y, así como para el verano eran importantes los trajes de baño, las pieles y abrigos lo eran para el invierno. Además de las tenidas cotidianas, los trajes de novia fueron una gran preocupación en toda época.



Durante los años posteriores a la independencia chilena, comienza un periodo de fuerte influencia europea (Inglaterra y Francia) en la moda, tanto masculina como femenina. Se acostumbraban a usar vestidos largos y elaborados, mayormente de colores sobrios. Concretamente se usaban trajes de crinolina (se usa para dar forma de campana al vestido) con faldas recogidas con mucho volumen, y una manta para cubrir los hombros (herencia española), pero luego la silueta va cambiando para dar paso a los trajes con polisón, que era un armazón que se amarraba a la cintura para que los vestidos se abultaran por detrás, para concentrar el interés en la espalda y que se viera una figura recta mirada de frente.



A principios de siglo XX se dejaron atrás los colores sobrios y apagados y fueron reemplazados por colores más vivos y alegres. El uso de encajes, sombreros con plumas, guantes y adornos se hicieron muy comunes. Ya las prendas no pretendían ser austeras como se acostumbraba en el siglo anterior, sino que llamativas y lujosas. Mientras más llamativa era, de más alto rango era la persona, porque solo podían acceder a la moda las personas con más poder económico, ya que las prendas eran muy caras y la mayoría provenía de tiendas que importaban ropa desde París (que era el centro de la moda en esa época) o de Londres.


El resto de las personas tenía que hacer su propia ropa con moldes que venían en las revistas. Es por esta razón que la moda Europea no llegó en gran masa a Chile como al resto del mundo, porque aquí no había tanto poder económico. La manera de vestir reflejaba el estatus social de la persona. La ropa era un diferenciador social, uno sabia que la persona era pobre solamente por su ropa. Se dejaron atrás el uso de las pelucas en las mujeres y estas comenzaron a peinarse con rulos o bucles, adornados con alguna joya o adorno. El vestuario contribuía a acentuar la figura femenina mediante el uso del corsé, que mantenía el cuerpo rígido y lo amoldaba de manera que la silueta femenina se asemejara a una S.

La ola orientalista que sacude a Europa tras el estreno de los ballets rusos, provoca un cambio radical en la moda femenina a partir de 1910. La estructura del traje se simplifica a la vez que intensifica el uso de bordados, pasamanerías, combinaciones de colores osadas, vivos de raso. Convive con este tipo de vestido, adecuado para ocasiones sociales, el traje sastre que por esa fecha se ha impuesto definitivamente entre las mujeres, a la vez que el abrigo tres cuartos ha reemplazado al pesado abrigo largo.

De la mano del orientalismo llega el estilo har
én con el pantalón bombacho, estrenado en la Casa Francesa de Santiago en 1911, suscitando escándalo en unos sectores y comentarios elogiosos en otros que aplauden la comodidad. La influencia grecorromana se hace presente con el uso de túnicas y sobrefaldas drapeadas que, colocadas sobre una falda ajustada, imitan el chitón griego. Los trajes de noche son escotados y se acompañan con amplios tapados tipo kimono.

La Primera Guerra Mundial trae consigo el acortamiento de las faldas, que se genera a partir del uso de estas sobrefaldas o t
únicas sin la falda interior más larga. Es el momento en que Channel irrumpe en el escenario de la moda, simplificando el vestuario femenino imponiendo el estilo del siglo XX con trajes dos piezas fabricados en telas de jersey y vestidos de noche que, por primera vez, se pueden poner sin ayuda de nadie. Sin embargo, estas influencias apenas afectan a Chile, que sufre un aislamiento de Europa, lo que determina un periódo de ausencia de novedades. Los altos precios, la poca oferta y la escasez de dinero, llevan a las chilenas a reciclar ropas del año anterior y a confeccionar en casa a partir de moldes que aparecen en la revista "Familia".



Al iniciarse los años '20 las faldas que apenas sobrepasan las rodillas, ya se imponen entre las jóvenes chilenas, causando una gran polémica que no dura demasiado. El vestuario femenino se ha simplificado notablemente en su estructura, a pesar de dar cabida a una gran cantidad de ornamentos como bordados, lentejuelas, mostacillas, pedrería, especialmente en los trajes de noche. Predomina la silueta geométrica, que se apoya en tablas y pliegues, situando el talle a la altura de las caderas (moda Charleston).La chaqueta estilo sastre, el cardigan, la pollera plisada en el delantero acompañada de blusa o swueter, los zapatos con pulsera en forma de T, son prendas fundamentales.

Los complementos excéntricos incluyen boas de piel, abanicos, sombrillas, joyas de cristal de roca, perlas de fantasía, pequeñas carteras decoradas con pedrerías y motivos vanguardistas. La novedad y la flexibilidad son las características de una época de gran movimiento y cosmopolitismo, en la cual se produce un cambio radical en la imagen de la mujer. En marzo de 1920 se lee en El Mercurio: "Es increíble los cortas que han dado en llevar las faldas nuestras niñas, dejando ver las piernas hasta la rodilla, las que no siempre son muy bonitas, y en este caso la cortedad de las faldas resulta un fracaso pues muestra lo que nadie quiere ver. Las niñas discretas, señoritas de verdad, que tienen madres que las saben dirigir, usan faldas de largo y ancho razonables, lo que siempre es más elegante que las que pierden el pudor por seguir modas que no les corresponden. ¡Triste cosa!".

La pol
émica de las faldas cortas es un detalle frente a la causada por el sexualmente ambiguo estilo garconne, que proyecta la emancipación una mujer que rompe con las apariencias sociales, cortándose el pelo y utilizando vestuarios varoniles. Aunque la alta costura no aprueba este nuevo estereotipo, igualmente lo promueve con el uso de las melenas, la delgadez de los cuerpos y diseños que suprimen las curvas.



Con la llegada de los años '30, comienza a debilitar su dominio el estilo rupturista de la década anterior. Junto al carácter mundano de la mujer moderna, liberada, conversadora y fumadora, delgada, pálida y cubierta de maquillaje, de pelo y falda corta, denominado con el término "smart", convive otra imagen que responde al "charme", o encanto, de una mujer más tradicional cuya fineza está asociada a la femeneidad, la sobriedad y los buenos modales, que vuelven a cobrar vigencia. Pelos largos y moños elaborados reaparecen en las revistas de modas. La silueta delgada es abandonada por un culto a la salud y al cuerpo, que promueve un aspecto saludable, la vida al aire libre y el contacto con el sol. La esbeltez del cuerpo se consigue en parte mediante el uso de ropa interior como el sostén-senos y la faja, que, de acuerdo a un anuncio publicado en El Mercurio en 1937, "modela el cuerpo de acuerdo a la última moda sin causarle molestias ni sofocaciones". La ropa deportiva adquiere enorme importancia: trajes de baño tejidos, pareos, shorts, tops, salidas de baño y sandalias. El pijama de piernas acampanadas es fundamental.

La nueva silueta, simple y con el talle a la cintura, pone en valor las formas naturales del cuerpo. Se imponen los conjuntos de dos piezas estilo Channel, combinados con distintos tipos de blusas. Las faldas son plisadas y tableadas al inicio de la d
écada y godé o evasé hacia fines del período. Los vestidos de día son simples y sin decoraciones con el objeto de lucir las joyas y accesorios. Para la noche, el traje largo, escotado en la espalda, es el favorito. Aparece una gran variedad de materiales, incorporándose fibras artificiales como el rayón y la seda sintética. Se usan abrigos de paño con aplicaciones de piel y abrigos de piel. En el verano triunfa el lino, combinado con otras fibras que evitan las arrugas. Hacia finales de la década, el sombrero es una pieza imprescindible. Diseños asimétricos extravagante y mucha decoración dan cuenta de la influencia del surrealismo.


La moda de los cuarenta refleja la estrechez económica y los problemas políticos de la Segunda Guerra Mundial. Las más importantes casas de moda europeas cierran sus puertas. La clientela de la moda en una Francia invadida por los nazis está compuesta por mujeres relacionadas con los oficiales alemanes. Las líneas generales del traje muestran una fuerte inspiración militar. Chaquetas cortas y estrechas y polleras con poco ruedo ahorran tela y costos del vestuario. Se anhela una cintura lo más angosta posible (cintura de avispa), la cual se logra con ejercicios y con el uso de fajas. Los cinturones hacen furor y se llevan en los más variados materiales. Los accesorios son imprescindibles para renovar las tenidas, ya que se dispone de pocas prendas combinables en tonos neutros. El rojo es el toque frívolo, que se usa en zapatos, cinturones y carteras para avivar un vestido sencillo, práctico y útil para cualquier ocasión. Un traje de lanilla negra con ribetes de satín es adecuado tanto para el día como para la noche. Se usan abrigos de lana, entallados en la cintura, algo más amplios en el ruedo, con solapas anchas.

El escote en forma de coraz
ón, los drapeados, los canesús y las hombreras caracterizan a los vestidos de cóctel, que se confeccionan en lanillas delgadas o jersey. El lujo se expresa en el uso de pieles y sombreros. Se usan boinas que dejan ver una parte del peinado. El pelo se lleva ondulado, suelto o una especie de moño largo.


Con el fin de la guerra se vuelve a valorizar las curvas femeninas y el lujo. Con el protagonismo de Christian Dior y su New Look, la moda francesa renace para dictar la norma hasta mediados de los '60. La cintura de avispa se mantiene, pero las caderas se destacan más, con el uso de enormes faldas largas forradas y talles estrechamente modelados. Zapatos con taco aguja y anchos sombreros serán fundamentales en la construcción de esta nueva apariencia.

En Chile, el New Look se anuncia en el año 48 en un aviso de "Los Gobelinos", que desde la década anterior había exhibido algunos modelos de alta costura de Chanel, Lanvin, Rochas, Paquina. El New Look es definido como el estilo perfecto: sobrio, sutil y equilibrado. El Mercurio de la época, señala: "Es la línea que usted debe seguir en estos momentos. El último grito pero con las aleccionadoras experiencias del buen gusto tradicional". La publicidad de la faja avispa de la fábrica Salomé, aparecida en la prensa en el año '49 señala que esta prenda "no solamente devuelve a la silueta de la mujer el contorno delicado de la cintura... sino que modela el cuerpo y da al paso un aire elegante".

El sost
én sin breteles, para los vestidos de noche sin hombros, y la enagua new-look, contribuyen a estructurar la nueva silueta. El largo de las faldas, es variable, siempre bastante por debajo de la rodilla. En Chile, las voces autorizadas recomiendan no gastar demasiada tela en vestidos muy largos y alargar los vestidos que ya se tienen, en pro de la austeridad.

Hasta fines de los años '50 el New Look es la tendencia dominante que se entrecruza con una línea geometrizante, con exponentes como Givenchy, cuya manifestación más evidente será del traje sastre, uniforme obligado de las mujeres que trabajan. En 1953 comienzan a fabricarse en Chile los modelos de Dior gracias a la licencia obtenida por Los Gobelinos. Los desfiles Dior se suceden año a año, impactando la moda nacional hasta mediados de la década de los '60, cuando el estilo dictado por la moda francesa pierde influencia. Las tendencias surgidas en las calles, la influencia del mundo juvenil y las propuestas de la vanguardia londinense, instalan un nuevo orden.



A pesar de la hegemonía del patrón francés, en los '60 aparecen otros modelos para imitar. La moda italiana, versátil y de líneas limpias, es ampliamente difundida por la prensa de la época. Privilegia el tejido de punto por su adaptación al cuerpo. Los conjuntos de pollera y sweater, vestido y chaquetita, sweter y chaleco, son rápidamente aceptados en Chile. Vestidos de jersey de seda estampada son una alternativa informal y sofisticada.

Comienza a comercializarse en el país gran cantidad de ropa proveniente de Estados Unidos, fabricada en serie con fibras sintéticas: pantalones strech, blusas, vestidos, swaters. Esta ropa, de bajo costo, es accesible a un amplio público por lo que no cuenta con el favor de la gente elegante, que pretende distinguirse socialmente por su buen gusto, optando por la confección de vestidos hechos por costureras en casa y aprovechando la amplia oferta de la industria textil chilena en expansión.

Las tendencias más vanguardistas comienzan explicitarse a mitad de la década, con líneas geométricas, minifaldas, medias dibujadas, zapatos planos, botas a media pierna, pantalones estilo motonetista, vestidos rectos sobre la rodilla, telas con diseños op art y melenas que muestran un estereotipo de mujer que muestra su cuerpo con menos pudor. Se empieza a instalar tímidamente el estilo futurista, relacionado con la llegada del hombre a la luna. Sin embargo, en Chile a pesar de haber información, la industria de la confección no alcanza a responder a las tendencias de la moda.

La última moda europea se produce en Chile en pequeña escala, en las boutiques, instaladas en la calle Providencia en el año '63, constituyéndose en el parámetro obligado en lo que a moda chilena se refiere, hasta los años '80, aunque su boom sólo dura hasta 1974, momento en que reaparece la figura del diseñador que dicta normas y se revitaliza en el país la alta costura más conservadora. Las boutiques chilenas se rigieron por el concepto de Pret a Porter, que implica producir en serie, pero pocas prendas por modelo, para responder a la exclusividad que interesa a las mujeres que lideran estas propuestas. Su éxito se relaciona con la aparición de revista Paula, que construye sus páginas de moda con material nacional, acelerando la profesionalización de los talleres de costura.

Entre el 63 y el 67, los Centros de Madres, promovidos por el estado, reúnen a mujeres que aprenden oficios, entre ellos la confección, e ingresan al sistema productivo, haciendo ropas para diferentes estamentos estatales. Al mismo tiempo, las escuelas técnicas dependientes del Ministerio de Educación, capacitan a otro sector de mujeres en la producción de vestuario. Con esto se genera la mano de obra femenina que se emplea en los talleres de las boutiques.

La prenda que mayor ruptura produce, en la década de los '60, es la minifalda, mientras que el vestido igualmente corto, pero con ruedo, es menos criticado, probablemente por su semejanza con la salida de baño de principios de la década.

A fines del '66 ya se habla en Chile de la minifalda, pero su uso se extender
á en la juventud en el '68, de la mano de un nuevo estereotipo social: la lolita. La película New Love, estrenada en ese año, tiene como protagonista a Josefina Ladrón de Guevara, una joven de 13 años calificada por revista Paula como "la más famosa de las lolitas". Este estereotipo será ampliamente promocionado en el programa Música Libre, de los años '70, siendo aún discutido. El bikini es otra prenda que provoca controversia. A pesar de su nacimiento en los años '40, en Chile hace su aparición recién en el '63, en las playas de Reñaca, provocando airadas reacciones del arzobispado porteño. Su masificación, en el '68, provoca un nuevo pronunciamiento de la iglesia católica, que, según se lee en la famosa revista, acusa las jovencitas de no considerar lo que sus "modas desvergonzadas" provocan en los hombres que las miran.


La década del '70 se inaugura en Chile con tres propuestas dominantes: El pop, como residuo de los años '60; el exotismo que recoge y la recicla la influencia del hippismo y el estilo retro que impone una vuelta al clasicismo de los años '30, y cuya primera expresión es el inento fallido por imponer la midi el año '70. Se insinúa un cierto funcionalismo en la moda juvenil, con el uso de jeans, casacas, camisas, poleras.

Sin embargo, los proyectos más interesantes de moda nacional se aglutinan en la llamada "moda latinoamericana" o "moda autóctona", liderada por Marco Correa, quien es el primero en elaborar una propuesta coherente que pretende diferenciarse de las tendencias europeas. La moda autóctona perdura en forma residual hasta fines de los '70 y luego se identificará con el estilo artesa de los años '80, más bien contestatario. Su momento de mayor influencia ocurre entre 1969 y 1973, con el apoyo de los gobiernos de turno, formando parte del vestuario de las elites políticas y coincidiendo con sus discursos latinoamericanistas. Desde sus inicios, Correa se plantea rescatar motivos y colores de las culturas precolombinas, dejando en claro, que su intención no es "disfrazar a las mujeres de indias". Argumenta que en Chile "cada uno tiene la preocupación de hacer resaltar que no es tan chileno como podría creerse porque sus antepasados- no importa cuan remotos-eran europeos".

En esta época se organiza un movimiento de defensa del diseño textil chileno, que se propone trabajar con referentes latinoamericanos, en la industria Yarur, intervenida por el Estado, se realiza un novedoso proyecto que toma motivos pascuenses y diaguitas para estamparlas en algodón corriente que se comercializa en e la temporada primavera verano 72-73. Lidera esta empresa Juan Enrique Concha quien plantea la siguiente pregunta:" ¿Por qué pagar royalties en el extranjero por estampados de flores y dibujos abstractos que nada significativo nos dicen a nosotros los chilenos, pudiendo explotar esta veta riquísima de diseños autóctonos?".

Favorecen la difusión de la moda autóctona iniciativas como la galería artesanal Cema Chile y el Plan Nacional de Artesanía. Aparece la colección de vestidos chilotes de Nelly Alarcón, quien fabrica túnicas a partir de telares chilotes de lana teñida con tintes vegetales, las que adorna con flecos, bordados, aplicaciones, ribetes a crochet y bolillas. Gracias a la intervención del entonces embajador en Francia, Pablo Neruda, en 1972 Alarcón presenta con gran éxito sus prendas en el Espace Cardin de París. Ante los principales editores de moda de diarios y revistas, el poeta presenta a la diseñadora como "la hija predilecta de Chiloé". María Inés Solimano es otro referente obligado del período, primero con su taller de ropa artesanal "Casa de la luna" y luego con la tienda Point, donde elabora conjuntos y vestidos tejidos a mano. Sus trajes de novia en algodón, lino natural o hilo de seda son muy valorados.

La liberación en la apariencia de la mujer chilena, ocurrida entre 1970 y 1973, se relaciona con diversos factores sociales, como la mayor presencia de la mujer en los espacios públicos y el surgimiento de una juventud que pretende romper con la cultura de sus padres. El pantalón y la minifalda se legitiman plenamente, siendo regulado su uso por las revistas de moda que marcan cierto recato. La escasez de materiales afecta la producción de vestuario, pero los usuarios se las arreglan con alternativas caseras para estar a la moda.

Jeans bordados, t
únicas de osnaburgo fabricadas con sacos harineros, minifaldas y petos hechos en casa, cinturones de arpillera, carteras de género, sweters hechos con restos de lanas, polleras de patchwork que aprovechan los retazos de tela, collares de mostacilla y zuecos artesanales representan a esta nueva moda.

El quiebre institucional tras el golpe militar, trae consigo un intento de reordenación, con la retirada de la minifalda y el pantalón. La falda larga aparece para las jóvenes mientras que para las mayores se propone el largo a la rodilla. Se promueve un estilo clásico y el uso de materiales más nobles y duraderos como la gamuza, la seda, las lanas, volviendo a la moda de los años 30. La revista Paula lo describe así: "Un salto de cuarenta años hacia atrás. Adiós al blue jeans, a la ropa funcional, al aspecto descuidado. Adiós a la moda de la mujer práctica. La moda del año 30 es ultra femenina, elaborada, difícil. Cambia la actitud franca por una llena de misterio. Descubre las piernas pero sólo debajo de la rodilla. Vuelven los escotes, el pelo corto, las joyas de fantasía, los sombreros, las pieles, los zapatos de taco alto y más delgado. En géneros, las gasas, las sedas y crepés. El accesorio número uno para la noche son las boas hechas de pluma de avestruz() Una moda que exige no sólo un cambio de vestuario, sino un cambio de actitud: los años 30 son femeneidad".

Pero esto no significa que no nazcan nuevas tendencias, que se alimentan del estilo hippie, como el folk. Francisco Delgado pone en escena el exotismo con sus prendas inspiradas en la India, hechas de telas teñidas. En el 76 reaparece el jeans con la llegada del codiciado Levi's fabricado en Argentina, promocionado en anuncios publicitarios como "la muerte en velero".

A fines de la década causa estragos la onda disco, con el estreno de la película "Fiebre de sábado por la noche" (1978) y la apertura de la Disco Hollywood, generando un tipo de vestuario que identifica al mundo juvenil. Jeans de raso, cinturones de elástico, sandalias de charol de colores, blusones y petos de lentejuela hacen furor, junto a todo lo que lleve la marca Fiorucci. La fiebre del jogging pone de moda el uso de buzos y zapatillas fuera del contexto deportivo.


Lo más relevante de la década de los 80, que se caracteriza por el ecclecticismo y los rápidos cambios en la moda, es la construcción individual de un look personal que identifique al usuario. Lejos de buscar la naturalidad promovida en los 70, el look suele implicar una suerte de máscara que sirve para asumir un rol y un estatus en una sociedad desintegrada y sobreestimulada por la explosión del capitalismo y la adopción del neoliberalismo. El gran desarrollo del audiovisual, los video clip, y en general la proliferación de imágenes femeninas son el contexto de una moda que opera como disfraz. La vertiginosa sucesión de estilos de una temporada a otra, tiende a rescatar estéticas de épocas pasadas, desligadas de sus connotaciones conductuales o históricas. El acento está puesto en el aquí y el ahora, relevantes en el éxito social.

En Chile, los 80 traen una revitalización de la vida social, excepto durante la crisis de los años 82 y 83. Los ídolos y personajes populares se convierten en instaladores de modas. Lady Di impone su corte de pelo, las blusas con volantes, las mangas voluminosas, los lazos, que aparecen en las tiendas chilenas para la temporada del invierno 82. Minivestidos y minifaldas tableadas o con volantes, conviven con faldas amplias bajo la rodilla.

La propuesta japonesa es traducida en linos y algodones por el diseñador Atilio Andreoli. La ropa tiende a usarse cada vez más ancha, lo que facilita su confección en serie, estandarizandose las tallas en small, medium y large. Las hombreras adquieren gran importancia. Se consagra el tejido de punto en túnicas, polerones, vestidos de colores fuertes, lisos o estampados,faldas largas, sweaters y calzas. A partir del 87 se produce una revalorización del cuerpo femenino, con ropas más ajustadas y cortes más complejos. Para la noche se usan vestidos al tobillo al estilo de las estrellas de Hollywood. Escotes, brillos y corsés tipo strapless aportan glamour a las noches santiaguinas.

El jeans pasa por una época de oro, experimentando diversos procesos que lo convierten en objeto de moda y prenda preferida de los jóvenes. Los hay prelavados, nevados, estampados, gastados y oxidados, rasgados, adornados con encajes o tapacosturas. Se usan con zapatillas, bototos, polainas de colores fuertes, swaters dibujados, poleras y polerones. Los clásicos de fines de los ochenta son el traje pantalón, el traje dos piezas y el dos piezas estilo Channel, adornados con pasamanerías, ribetes de color y botones dorados.

En Chile, la apertura econ
ómica, con el aumento de ropa importada y de influencias extranjeras, sumada a la aparición de la ropa usada y las telas por kilos ofrece una gran cantidad de opciones que permiten construirse un look con pocos recursos, que puede explicitar el rechazo al sistema y que se manifiesta en propuestas alternativas como el punk , el new wave y otras. Al iniciarse la década de los noventa, estos estilos alternativos se oficializan.

El resurgimiento de las grandes tiendas con sus sistemas de crédito potencian el consumo de modas. La instalación de los locales de ropa en los mall sentencia a muerte a los edificios caracol, símbolos de la modernidad de los años 70. En los mall hay mayores posibilidades de llegar a un amplio público. Se suman a estos espacios filiales de marcas de prestigio mundial, especialmente norteamericanas e italianas, algunas de las cuales fabrican en Chile parte de su producción. La alta costura nacional, representada por Rubén Campos, Luciano Brancoli, José Cardoch, Click y Carmen Gana, entre otros, se encuentra en un momento de auge. Sus casas, donde se conserva el antiguo sistema de la Maison d´Haute Couture, se ubican aún en el sector próximo a la avenida.

El inicio de la década de los 90 coincide en Chile con el retorno a la democracia, que promueve una diversidad que también alcanza a la moda. Coexisten la anti-moda, el look campesino, el clásico inglés, el tejano, el barroco, el tropical, el oriental, el glamoroso. Reaparecen en las revistas de moda los motivos y elementos autóctonos, abandonados desde los 70. En términos internacionales, esta época se caracteriza por buscar, sin éxito, una propuesta atractiva y comercialmente exitosa. En este intento, se recuperan estéticas de casi todas las décadas anteriores del siglo, además de las surgidas en la calle y algunas de los grandes diseñadores de la alta costura. Pero estas propuestas tienen una aceptación fugaz. La fragmentación y la heterogeneidad se imponen como inherentes a la postmodernidad.

Sin embargo hay ciertos ejes que configuran la moda de los noventa, tales como la fusión entre lo femenino y lo masculino, expresada, por ejemplo, en ternos a rayas acompañados por blusas de volantes o encajes, y la exhacerbación de la sexualidad, manifestada en vestidos ajustados, pieles sintéticas, estampados felinos, botas y calcetas sobrepasando las rodillas, retorno del cuero negro, minifalda y minivestidos, vinil, látex, lycra.

El minimalismo centrado en la pureza de la estructura del traje, se expande hacia el fin del siglo. Lo clásico se define ahora por la nobleza de los materiales y su carga tecnológica. Predomina el look monocromático incluso en cuanto a maquillaje. En oposición a esta tendencia, la moda apuesta finalmente por una hibridez asumida, cuyo atractivo radica en la fusión de elementos y materiales aparentemente incongruentes.

El eclecticismo, representado a nivel internacional por Lacroix, Galiano, Mc Queen y Gaultier, marca la moda del fin del siglo XX, que rápidamente está disponible en las vitrinas chilenas exhibiendo una variedad de estilos: hippie, techno, neorromántico, étnico, retro, fundidos en un mismo look.


Actualmente la moda varía constantemente, cambia en cada estación del año. Ahora es variada y para todos los gustos, esta más industrializada y en serie. Los diseños exclusivos los hacen solo los diseñadores y por eso son más caros. como Chanel, Dior, Dolce & Gabbana, etc Lo que está de moda dura muy poco, pero hay algunos cosas que han persisitido en el tiempo, como los jeans. que partieron siendo usados por trabajadores en las minas de Estados Unidos y ahora corresponde a la prenda más utilizada y que más ha durado en el tiempo.
Hoy en d
ía la ropa es barata y desechable. Por eso podemos darnos el lujo de tener mucha, no como hace 200 años.

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